Érase una vez (porque todos los cuentos, sean minis o no,
empiezan por “érase una vez”) una chica muy tímida, que sólo superaba su
timidez y se sentía segura cuando bordaba cosas para sus amigos.
Esa chica, pasaba casi todos los días por Juan Pedro Mercería a comprar cosas para sus labores y, con el tiempo, se dio cuenta de que si iba a ciertas horas, se cruzaba casi siempre con otro chico que también iba a comprar y, con el tiempo, de tanto verse, se fueron sonriendo.
Tanto y tanto se sonreían que ella, a pesar de su timidez,
sintió la necesidad de dar un paso, harta de esperar que lo hiciera él.
Así, un día, uno cualquiera, cuando ella iba a entrar en Juan Pedro Mercería y él iba a salir, se cruzaron en la puerta, se sonrieron como siempre, y se lanzó.
– ¿Quieres coserte conmigo?
– ¿Perdona?
– ¿Qué si quieres coserte conmigo?
– ¿Cosernos?
– Sí, cosernos. Que si quieres coserte conmigo.
Él sonrió más que nunca. Ella, bajó los ojos por timidez,
pero terminó subiéndolos y devolviéndole la sonrisa.
– ¿Quieres que nos cosamos?
– Sí, desde el primer día que nos vimos supe que quería coserme contigo.
– Creí que nunca me lo ibas a pedir. Yo soy tan tímido como tú. No creas que no me he dado cuenta. Yo también estoy deseando coserme contigo.
Y así, desde aquel día, cosieron y cosieron juntos, y fueron
felices y bordaron tapices…
Cuanto más lo cuentes por ahí, más felices seremos...
Hoy es 2 de mayo. Una fecha señalada. Para el recuerdo.
Hoy es el día ideal para rememorar a Manuela Malasaña. Un apellido que, para mucha gente, sólo evoca al céntrico barrio de Madrid, en torno a la no menos conocida Plaza del 2 de mayo.
Evidentemente,
todo está relacionado, y todo tiene un porqué.
Hoy es el día en el que recordamos a Manuela, una costurera de 17 años que murió un 2 de mayo de 1808 en medio de la revuelta del pueblo de Madrid contra la ocupación francesa. Pero, como la mayoría de las historias entre alfileres y botones que contamos aquí, tiene varias versiones.
Como ya hemos contado, Manuela fue una joven costurera que vivió entre 1791 y 1808. Se conocen su origen y el contexto de su muerte. Pero no con exactitud cómo pasó. Se sabe que consta en los registros de la época como la víctima número 74 de las 409 que fallecieron en aquel levantamiento popular. Era hija de Jean Malasagne, de donde se “españolizó” su apellido hasta el conocido Malasaña.
Algunos
dicen que murió jugándose la vida por su padre. Ella y su madre
proporcionaban munición y pólvora a su padre, que se batía con las
tropas francesas en las calles de Madrid. En medio del fuego cruzado,
una bala despistada alcanzó a nuestra joven costurera que falleció
en el acto. Muchas obras de pintores han representado esta escena y
muchos historiadores defienden este relato. Lo romántico de esa
familia, con la joven costurera Manolita luchando por las calles
contra los franceses. Con su padre falleciendo momentos después que
ella, tras descargar toda su munición contra el enemigo. Sin
embargo, esta historia parece que no es real. El certificado de
defunción asegura que Jean Malasagne murió antes que su hija.
Como no
puede ser de otra manera, otra versión, habla de una Manolita
encerrada con sus compañeras costureras en su taller a la espera de
que el fuego cruzado en las calles cesara. Dicen que al terminar los
disparos, salieron y volvió a su casa. En ese camino fue
interceptada por una patrulla de soldados franceses y, al verla
portando unas tijeras de costura, le aplicaron una ley que indicaba
que toda persona que llevara armas sin estar autorizada debía ser
fusilada. Aquí vuelven a dispararse las versiones. Unos afirman que
ocurrió así y fue fusilada en la famosa Plaza del 2 de mayo. Otros
que intentaron abusar de ella y que para defenderse usó las tijeras
de costura.
Sea como
fuere, esta actitud de rebeldía, unida a su juventud y su trabajo de
costurera, la convirtió en un símbolo de resistencia madrileña.
Hasta el punto de ser recordada con su nombre en uno de los barrios
más emblemáticos de Madrid.
Lo cierto
es que, entre costuras, bordados y tijeras, emergió la figura de
Manuela Malasaña. Llegando hasta nuestros días como un símbolo. Un
símbolo y un icono que, cada 2 de mayo, es de justicia recordar.
Cuanto más lo cuentes por ahí, más felices seremos...
Los dedales son unos instrumentos
usados en costura para empujar la cabeza de la aguja cuando se da una
puntada, para que esta entre con más facilidad y, evidentemente, no
nos hagamos daño en el dedo al hacerlo.
Los dedales son los grandes olvidados
de la costura. Los conocemos, sabemos para qué sirven a la hora de
coser, seguramente todos tengamos alguno por casa, pero… ¿Los
usamos?
Es más, ¿los usamos para lo que están
concebidos?
Cuando llega septiembre, con el inicio
del curso escolar, o incluso en enero, con el cambio de año, todos
nos planteamos si deberíamos comenzar de una vez esa colección tan
tentadora de “Dedales del mundo”. Si alguien se lanzó y la
empezó (asumimos todos que NADIE NUNCA JAMÁS ha terminado ningún
coleccionable de los que anuncian por la tele, sean de libros,
fascículos, y mucho menos, dedales) seguramente estén cogiendo
polvo en alguna vitrina, pero nunca se usaron para lo que están
concebidos. ¡Cómo vas a usar un dedal de esos con lo bonitos que
son!
Señora de mediana edad posa orgullosa junto a su colección de dedales para un reportaje del Diario La Provincia.
Hay recetas de cocina donde se usa el dedal como medida de algún ingrediente. Sobre todo en repostería. Ignoro la razón por la que se hace y, más aún, el motivo por el que la Oficina Internacional de Pesas y Medidas aún no lo ha adoptado el dedal como unidad de pleno derecho.
Dicen por ahí, aunque no hagáis mucho
caso a lo que va diciendo la gente, que de todo hay, que incluso se
utilizan como chupitos para tomar un reconstituyente de alguna bebida
espirituosa.
Se han encontrado dedales en tumbas de
faraones egipcios y provenientes de la antigua China, pero con un
motivo ornamental y con categoría de joya.
Hay dedales de acero, de plástico, de
cerámica (aunque estos no disimulan y directamente dicen que son
decorativos), de silicona, de modista tradicional, de sastre,
anatómicos, de acolchar… Pero, ¿los usamos? ¿Tan poca estima le
tenemos a nuestros dedos como para prescindir de algo tan útil como
el dedal?
Existen dedales para pintar, dedales
para hacer trucos de magia, dedales para cuidar a los animales,
dedales para pescar, dedales con usos sexuales, dedales para
cepillarse los dientes…
Dedales para hacer guarrerías españolas.
Aturullado por esta diatriba mía sobre los dedales, esta semana me ha asaltado la primera imagen de un agujero negro tomada en la historia. Y, claro, no lo he podido evitar. He visto el dedal. Sí. Quizás esa sea la respuesta a todo esto.
¿Soy el único que ve un dedal en la
primera foto tomada de un agujero negro?
Otro día, cuando pase todo este boom del tema del agujero negro y del dedal hablaremos de los dedos. Porque, usemos más o menos un dedal, ¿sabemos en qué dedo tenemos que ponérnoslo?
Pero esa ya, es otra historia…
Cuanto más lo cuentes por ahí, más felices seremos...
Hoy es San Valentín. Un día en el que algunos celebran el amor y otros remiendan los rotos. Luego estamos los demás. Los que celebramos lo que nos parezca cuando nos parezca. Hubo un tiempo en el que, preso de mi adolescencia, San Valentín rimaba y tenía mucho que ver con calcetín. Pero no es el día de contarlo. Tampoco se me ha terminado la adolescencia aún. Sólo sé que se me da bien remendar. Sé coser los rotos. Cerrar los sietes. Zurcir los calcetines. A veces, incluso arreglar corazones. Pero hoy es San Valentín. El día en el que algunos otros celebramos la luz del corazón de Bette Davis.
El corazón de Bette Davis siempre ha sido una de las grandes incógnitas en el mundo del cine. Hasta tal punto que hay varias leyendas al respecto. Sobre la dureza y lo irrompible de su corazón. Tantas que hasta se acuñó el término de “tener el corazón de Bette Davis” para nombrar a gente excesivamente fría e inaccesible. Todos hemos conocido a alguien así. Incluso yo. Yo estuve enamorado de alguien así:
-¿Eres mala?
-No soy mala. Eres tú.
No era mala. Sólo se decía que le habían trasplantado el corazón de Bette Davis. Bette Davis no se adaptaba bien a nuestros días. Pero sabía amar. Joder si sabía amar. Alguien que ama como Bette Davis no puede ser mala nunca.
-¿Por qué eres tan mala conmigo?
-No soy mala. Eres tú
Entonces comprendí que no era mala.
Era yo. No sé amar. Alguien que no se deja amar por Bette Davis no
puede ser nunca amado. Aunque tenga el corazón de otra.
Hoy es San Valentín. Celebramos muchas cosas. Remendamos muchas otras. Algunos aún recordamos que el corazón de Bette Davis no se puede remendar. Porque nunca se supo que se hubiera roto. No como los nuestros. Les dejo. Voy a zurcir un calcetín que me regaló una chica con el corazón de Bette Davis para celebrar tal día como hoy.
Amen.
Siempre.
Y zurzan lo roto.
Si les apetece…
Cuanto más lo cuentes por ahí, más felices seremos...