Historia de un matrimonio (versión cuarentena pacense).

INTERIOR SALÓN DE LA CASA – DÍA:

A pasea despreocupado. Busca el mando a distancia del televisor en la mesa. Lo encuentra y se sienta en el sofá mientras enciende Teledeporte. Parece que está dispuesto a ver un partido clásico de algún deporte. Pone los pies en la mesa. S mira con desgana y le reprende:


– Cámbiate los calcetines, anda.
– ¿Pa qué? Si no voy a salir…
– Porque llevas un tomate que me río yo del de Miajadas.
– Me los quito pero no los voy a tirar, que te conozco, que es lo quieres de verdad.
– Los deberías tirar. Con ese agujero cada vez más grande…
– Y, además, que nunca te han gustado.
– Nunca me han gustado.
– Pues cuando estábamos solteros bien que te gustaban.
– También me gustabas tú, y míranos ahora.
– Pues que sepas que me lo voy a remendar. Yo sí que sigo luchando por lo nuestro. Voy a zurcir el agujero.
– ¿Tú y cuántos más?
– Yo sólo, porque parece que soy el único que apuesta ya por lo nuestro.
– Yo también apuesto por salvar lo nuestro. Por lo que no apuesto es por ese calcetín no porque sepas dar ni una puntada…
– ¿Qué no? Pues te vas a enterar, vas a pedir besarme el pie con el calcetín en cuanto lo tenga arreglado…

A apaga la tele y desaparece de la escena con evidente malestar. Ella resopla.

INTERIOR SALÓN DE LA CASA – DÍA:

A vuelve al salón. S está en el sofá leyendo un libro, despreocupada. Se miran en silencio. Los dos esperan a que sea el otro el que diga algo. S cierra el libro, lo pone en la mesa y se dirige a A con una sonrisa sarcástica y condescendiente.

– ¿Qué pasa? ¿Ahora vas descalzo?
– Sí, ¿también te molesta?
– Casi lo prefiero. Pero, si te constipas, ya sabes…
– ¿El qué?
– A la primera tos, aislado en la habitación.
– Ya, claro, eso es lo que te gustaría. Pues si me aíslo tú no puedes entrar.
– Esa es la idea. Te aíslas en el cuarto de los trastos, ya sabes.
– De allí vengo, no te preocupes.
– Y… ¿Has cosido el calcetín?
– No.
– Ya decía yo…
– ¿Ves como no ibas a poder? ¿Ves como no sabes? ¿Lo has tirado ya?
– No he tirado nada.
– Pues tíralo.
– Sé hacerlo.
– Pues hazlo y cierra la boca. Y ponte algo, que te vas a constipar.
– Eso es lo que te gustaría a ti.
– Pues sí, mira. Y así no dejas el sudor por el suelo, que parece que te gusta limpiar ahora.
– Y a ti parece que te molesta que limpie.
– ¡Tampoco hay que limpiar todos los días!
– Ni arreglar los calcetines.
– No sabes, ¿verdad?
– ¡Sí sé!
– Pues, ¡hazlo!

– No puedo.
– No sabes.
– No puedo, que no es lo mismo.
– ¿Por qué no puedes?
– Porque no se te ha ocurrido decirme dónde está la caja de la costura?
– ¿Quién te ha dicho que en esta casa hay caja de la costura?
– En todas las casas hay una. Y en esta no la veo.
– ¿En cuántas casas has vivido tú? En casa de tu madre había, seguro, pero dudo que la usaras alguna – vez.
– Y en casa de R. Allí también. No he vivido en más casas.
– Vaya, ya salió R. Ya hacía tiempo que no nombrabas a tu ex, esa que ya no te importa con quién se junta ni dónde va porque ya la has olvidado y sólo me quieres a mí.
– ¡A ella no la metas en esto! No viene a cuento.
– Pues mira, la voy a defender por una vez: en esa casa había caja de la costura porque era suya y la usaba para coserte los putos calcetines.
– Cuando vivía con ella este calcetín estaba estupendo. Se rompió en esta casa.
– ¡Pues zúrcelo! Estoy deseando que lo hagas…
– No encuentro la caja de la costura, ¡COÑ..!

– ¡Está en el cajón de mis bragas! Pero no te va a servir de nada.
– Eso quisieras tú.
– No te va a servir de nada porque no hay hilo para esos calcetines.
– Eso lo tendré que ver yo. Me vale cualquiera.
– ¿Recuerdas, hace dos semanas, cuando te dije que pasaras por Juan Pedro Mercería a por las boninas?
– Claro, y las traje.
– No, no las trajiste.
– Pues voy ahora.
– ¡Eres imbécil! Te crees que van a estar abiertos para ti, para la urgencia de primera necesidad del puñetero calcetín de la suerte del niño…
– Pues no veo por qué no…
– Porque no. Y punto.
– Cuando todo esto acabe…
– Cuando todo esto acabe, ¿qué?
– Pues que iré a Juan Pedro Mercería y te vas a enterar.
– Enterar, ¿de qué?
– De lo que sea, ya verás…
– Ya veremos…

A abandona el salón entre lágrimas. S da la espalda a la cámara como si quisiera esconder las lágrimas. La música sube de volumen y la cámara se aleja del plano del salón.

FUNDIDO A NEGRO


Cuando todo esto acabe…

Cuando pierdes el hilo de una historia…

– Perdona, pero tienes un hilo.

Claro que tenía un hilo. El problema de vestir con una prenda negra es que cualquier cosa que se quede encima se nota mucho. Tenía un hilo. Llamaba mucho la atención. Desde que no convivo con gatas había vivido tranquilo pensando que me podía poner la chaqueta negra sin riesgo de que se me vieran cosas de otro color encima. Pero no, tenía un hilo.

– ¿Te lo quito?

Lo peor de tener cosas de las que no te habías dado cuenta es esa tendencia a arreglarlas que suele tener la gente que te rodea. No, no es suficiente que no te hayas dado cuenta de tener un hilo sobre tu chaqueta negra, no, te lo quieren quitar.

– Ya está. Era largo, ¿Qué pasa? ¿Ahora te ha dado por coser?

Pues no sé por dónde empezar. Realmente no tendría por qué dar explicaciones. Pero me acaba de quitar un hilo. Quizás sea lo menos que deba hacer. El caso es que no sé muy bien qué responder.

«Tienes un hilo aquí…».

– Me has quitado el hilo. He perdido el hilo de la historia. Perdona, no es buen momento…

Me fui a casa. Me quité la chaqueta negra porque me sentía sucio. Después de dos duchas, a pesar de haberme enjabonado, frotado y aclarado a conciencia, me seguía sintiendo sucio. Pero no podía hacer más. Me recosté en posición fetal en mi cama esperando que todo pasara. Pero no pasó. De repente, entre llanto y llanto, sentí que me asfixiaba. Tenía algo en la boca.

¡El hilo! Aquí estabas. Ya sólo me falta encontrar la historia de nuevo…

Tocar el huso de la rueca o pincharte de realidad.

Hace un par de días, andaba yo alternando por los bares, como suele ser habitual en mí, cuando, de repente, una amiga de las que me acompañaban se pinchó con el huso de una rueca y con ello tuvimos que dar por terminada la noche, y casi nuestra amistad.

La historia puede tener su gracia, así, contada con distancia. Pero hay varias cosas que no encajan, algo de lo que me he dado cuenta al contarlo por primera vez a otra amiga que no sabe ni lo que es un huso de una rueca, ni alternar por los bares, ni que yo la considero mi amiga.

Para empezar, no encaja que yo alterne por los bares. Simplemente me paseo por zonas del Casco Antiguo donde hay muchos porque estoy permanentemente pendiente de pasar a mirar, de cuando en cuando, el escaparate de Juan Pedro Mercería, buscando alguna novedad para contar historias al respecto.


En segundo lugar, eso de pincharse con el huso de una rueca en una noche de alterne por los bares, no cuadra de ninguna manera. Hay auténticas leyendas sobre noches locas de todo tipo por los establecimientos de fiesta de Badajoz, pero nunca nadie conoció alguna en la que interviniera una rueca. De los pinchazos podríamos hablar, pero no en esta historia. De noches locas tampoco lo haremos, recuerden que nuestro horario habitual es de lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 17:00 20:00, y los sábados de 10:00 a 14:00. Además, eso de tocar el huso de una rueca es más propio de La Bella Durmiente e historias de ese palo.

Pero lo más inquietante de la historia, aunque no se hayan dado cuenta, es que afirmo, sin ningún tipo de rubor, que tengo amigas…

Sin entrar en valorar la verosimilitud de la historia, y en si les interesa o no, o no es más que una excusa para contar una historia desde Juan Pedro Mercería, lo cierto es que me hizo rebuscar en mis amplios conocimientos sobre cosas que no interesan demasiado a nadie, y empecé a darle vueltas (como si fuera la rueda de una rueca) al tema de pincharse.

Una vez con las vacunas pertinentes en regla (en esta página otra cosa no, pero somos totalmente intransigentes con el tema de los antivacunas) me encontré con todo el tema de la rueca y empecé a tirar del hilo (anda que no está bien traída la alegoría…).

Cuentan que pueblos germánicos fueron los que desarrollaron las habilidades hilanderas desde hace siglos y que fueron los que llevaron ese arte a Roma con todos sus secretos. Así encontramos lógico que la palabra de origen germánico “rukko”, que es la se usaba para denominar a la rueca, fuera adaptada por el latín vulgar durante las invasiones bárbaras al Imperio Romano y pasara a ser “rucca” para que, en torno a 1400, pasara al español como “rueca”.

También cuentan y se cree que la rueca era un instrumento de origen indio, llamado en aquel entonces “torno de hilar”, y que fue desarrollado en la India alrededor de 500 años antes de Cristo para acabar entrando en Europa en la Edad Media.

Bandera pro independencia de la India de 1931 con una rueca como emblema central.

Cualquiera que lea con atención lo descrito en los párrafos anteriores podrá ver que algo no encaja. A menor nivel de lo de mi amiga pinchándose con el huso de una rueca en una noche de alterne conmigo por los bares del Casco Antiguo de Badajoz, pero no encaja.

El caso es que no les puedo explicar mejor las cosas. El tema de la rueca es algo de lo que llevamos tiempo queriendo hablar y contarles una bonita historia, pero desgraciadamente, no acabamos de conseguir darle la forma adecuada.
Quizás arrastre un poco el cansancio de alternar por los bares o que las vacunas me están haciendo reacción pero no me encuentro en mi mejor momento. Hay quien dice que, como no tengo amigas ni alterno por los bares, seguramente todo sea fruto de mi imaginación. Que el que me he pinchado soy yo, y que esta historia no va a ningún sitio porque me estoy quedando dormido mientras ordeno bobinas de hilo por tonalidad cromática en los almacenes de Juan Pedro Mercería.

Lo cierto es que tengo mucho sueño. Ya continuaremos en otra ocasión, disculpen ustedes…

La Costurera Inacabada.

La historia de hoy va sobre dejar cosas a medias. No sobre medias, que es un género que trabajamos muy bien en Juan Pedro Mercería, ya hablaremos otro día de eso. La historia de hoy reúne a una joven mujer cosiendo, a Velázquez, a cosas que dejamos sin terminar, a Vermeer y al servicio postal francés.

Empecemos por el principio:
Recibí una carta sin remite. Mandar una carta sin remite, en estos tiempos, es como tirar la piedra y esconder la mano, o como decir algo por internet escudándote en el anonimato de una cuenta sin tu nombre. Algo que no trae nada bueno. Realmente, recibir una carta en estos tiempos, ya por si solo, no augura nada bueno. La carta tenía una tarjeta de Juan Pedro Mercería con unas líneas al dorso que decían “Busca La Costurera inacabada de Velázquez. Tiene algo que contarte”. También había en el sobre un hilo enhebrado en una aguja de las más habituales. Sobre el hilo no voy a extenderme mucho porque, si sois habituales de esta página ya sabéis que hemos hablado alguna vez de ellos y de las agujas hablaremos próximamente. Pero lo que más me llamó la atención de la carta era lo que había fuera, en el sobre. La ausencia de remite y un sello del Servicio Postal Francés del cuadro “La costurera” de Vermeer.

Dado lo ocupado que ando últimamente terminando mi traje de carnaval, lo único que se me ocurrió es no hacer mucho caso al asunto y usar el hilo y la aguja para seguir cosiendo los botones de fantasía que lleva mi disfraz de este año. Como no podía ser de otra manera, me pinché. Supongo que no me quitaba de la cabeza la carta sin remite y lo de buscar «La Costurera» inacabada de Velázquez. Así pues, decidí investigar un poco el asunto haciendo caso a la tarjeta. Lo de investigar os lo iba a contar como si fuera algo importante o relevante pero, hoy en día, el verbo investigar tiene una acepción muy común que es “buscar en Google”. No sé si por el mareo que me estaba produciendo la pérdida de sangre por el pinchazo con la misteriosa aguja o por los tiempos que vivimos, me pareció ver que el primer resultado que me sugería Google al ir poniendo “Velázquez” fue “Velaske, yo soi guapa?”. Evidentemente, pinché, como antes me había hecho la aguja sin yo querer. El resultado no os sorprenderá.

«La lechera» (Johannes Vermeer)

Una vez repuesto de los mareos por la pérdida de sangre y el visionado de lo de “Velaske” tras tomarme un buen café con dulces, reparé en que el dibujo que había en el bote de leche condensada (sí, sé que no tengo cuerpo como para seguir abusando de la leche condensada como complemento en todas mis meriendas pero eso no viene al caso ahora) me recordaba mucho a un cuadro del mismo estilo al que había en el sello que venía en el sobre de la carta. Hice lo que hace cualquiera en esos casos. Abrir otra ventana de Google e iniciar otra búsqueda. Se trataba de “La Lechera” de Veermer. Así descubrí que el cuadro del sello también se llamaba “La encajera” y que el pintor era el mismo que el de la película en la que Scarlett Johansson hacía de “Joven de la perla”, Vermeer.

Scarlett Johansson como «La joven de la perla».

Me empezó a estallar un poco la cabeza con tanto dato. Será la pérdida de sangre por el pinchazo, pensé, y decidí huir hacia la otra ventana abierta con la búsqueda de Google sobre Velázquez.

Resulta que hay un cuadro en la National Gallery of Art de Washington que está inacabado y que se llama “La Costurera” o “Mujer joven cosiendo”. La National Gallery of Art de Washington viene a ser como el MEIAC, un sitio con obras de arte dentro pero en Washington (como su propio nombre indica) en lugar de en Badajoz. Como, sea por lo sea, no suelo ir a Washington muy habitualmente, me dediqué a darme un paseo por el MEIAC viendo lo que había allí. Hasta que me dijeron que iban a cerrar y me di cuenta de que me había perdido otra vez en las historias y que me volvía a sangrar el dedo debido al pinchazo de la aguja que venía en el sobre. Recordé que en el MUBA, había ahora mismo un cuadro de Zurbarán, que no es Velázquez pero que da un aire. Emprendí camino hacia él hasta que, preso de la pérdida de sangre y de mi habitual exceso de leche condensada en la misma, me tuve que sentar para reponerme. Volví a mirar en Google. La cosa cada vez me agobiaba más. ¿Cómo una aguja dentro de una carta sin remite que llevaba un sello de un cuadro de una encajera podría estar agobiándome tanto? Según la Wikipedia el cuadro de La Costurera es atribuido a Velázquez y no se sabe demasiado bien por qué no está acabado. Digo yo que no sé por qué tanto misterio. Se dedicaría a otra cosa, no encontraría los materiales adecuados, le llegaría alguna carta sin remite que le obsesionara con otra historia… Y me acordé del traje. Del disfraz. Miré de nuevo en Google la fecha en la que estábamos y cuándo empezaban los Carnavales. Hice un rápido cálculo mental y pensé que iba muy apurado de tiempo para terminarlo. Busqué en las aplicaciones del móvil la calculadora e hice la cuenta de los días. Sí, confirmé que quedaba poco tiempo. Vi que tenía varias ventanas de Google abiertas pero que todas estaban diciéndome que si había acabado de mirarlas, que las cerrara o terminara con ellas. Me di cuenta, una vez más, que estaba dejando cosas a medias, cosas sin terminar. Y pensé en Velázquez. ¿Quién era yo para valorar sus cuadros inacabados cuando tenía a mi disfraz esperando? Ya no recuerdo más. Seguramente me quedé sin batería…

«La costurera» o «La encajera» (Johannes Vermeer).

Me desperté del mareo. Me di cuenta de que el disfraz que estaba cosiendo estaba lleno de sangre. Por un momento enloquecí preso de la desesperación. No hay tiempo para arreglarlo ni para empezar a hacerme otro. Pero, os contaré un secreto: sé que no es lo más recomendable pero saldré con ese disfraz. Aunque nunca lo reconozca en público, hay veces que es mejor dejar cosas inacabadas que terminarlas mal…

«La costurera» o «Mujer joven cosiendo» (Inacabado, atribuido a Velázquez)

Pero esa ya, amigas y amigos, es otra historia.

Se nos rompió el cordel de tanto usarlo (y Banksy).

Se ha puesto de moda una antigua leyenda oriental que dice que las personas que están destinadas a encontrarse y estar juntas están unidas por hilo rojo invisible. Este hilo, atado a sus dedos, por más que estas personas no se encuentren o se distancien la una de la otra, siempre se mantiene y no se rompe por más que se alejen. Permanece eternamente atado a sus dedos y no desaparece por mucho tiempo que pase o por mucha distancia que haya entre ambas personas.
Se ha puesto más de moda aún no pararse a pensar en lo que nos cuentan estas leyendas. En cuánto de verosímil tienen. Pues no, hoy no vamos a destrozar esta belleza como si fuéramos con unas tijeras a cortar ese hilo rojo infinito para colarnos en medio de esas dos personas porque tenemos interés en una de ellas y no queremos interferencias. No, sólo me van a permitir que ponga sobre el mostrador de Juan Pedro Mercería y aquí, en sus historias, una salvedad:

¿Hilo rojo invisible? Si es invisible, ¿cómo sabemos que es rojo?

Aquí es cuando viene el lío. Habrá quien deje de leer porque encontrará este análisis fuera de lugar o, al menos, carente de una visión de la vida romántica o desesperanzada. Otros recordarán a El Principito con aquello de que “lo real es invisible para los ojos” y que “sólo con el corazón se puede ver bien”. Pero es lo que tienen estos cuentos e historias de Juan Pedro Mercería: están creados para que todo el mundo quepa en ellos. Hasta quienes con el título se han ido rápidamente a la canción que popularizó Rocío Jurado sobre eso de romperse el amor de tanto usarlo.

«Girl with ballon» (Niña con globo).

Obviamente, como bien sospecharéis ya, optamos por tirar por la calle menos transitada y, sin lugar a dudas, más interesante. Como hacemos para casi todas las cosas. Esto del hilo rojo y el cordel nos lleva a Banksy y muchas de sus famosas obras.

No vamos a decir por aquí que sabemos quién es Banksy porque, o bien sería mentira, o bien tendríamos que mataros si os lo confesamos. No. No sabemos quién es Banksy. Guiño, guiño, codazo, codazo. Si nos atenemos a lo que se sabe oficialmente, prácticamente Banksy podría ser cualquiera. Hasta yo misma. O tú. O ese vecino que parecía normal y siempre saludaba. ¿Es Banksy un jugador de veintitrés años del Leganés B? ¿Es un dependiente de un Donner Kebab de Berlín? ¿Quizás un coreógrafo que trabaja para Lady Gaga y que hizo sus prácticas en el New York City Ballet? ¿Es uno de los que creaban test para adolescentes en la SuperPop y que se quedó en el paro hace algunos años? ¿Es el alto de Simon y Garfunkel? ¿O quizás el más feo de los hermanos Cano, de Mecano? No, no sabemos quién es el más feo de los Hermanos Cano, de Mecano. Ni tenemos interés en saberlo. Además, entendemos que es una discusión que no tiene una respuesta fácil. Para mi madre el guapo siempre era José María porque era un tío como Dios manda, guapo y aseado, formal y sano, no como el otro que, era el guapo para mi primera novia, Nacho, más moderno y a la última, no como el soso de su hermano. Nada, que nos hemos vuelto a perder. Estábamos buscando a Banksy aunque hemos dicho que ni sabíamos quién era en realidad ni que, aunque lo supiéramos, podríamos decirlo.

La imagen que acompaña esta historia, que se ha hecho muy famosa en los últimos tiempos, se trata de “Girl with ballon” (Niña con globo). En ella se ve a una niña a la que se le escapa un globo con forma de corazón, posiblemente* porque se le rompe el cordel con el que lo agarraba. Es una imagen que impacta por una belleza teñida de cierta amargura. ¿Se le rompió el cordel? Lo seguro es que fue una obra que se subastó hace unos meses en la conocida casa de subastas londinense Sotheby´s por 1,2 millones de euros, suponiendo, en ese momento, un récord para las obras de ínclito personaje. Y es importante recalcar lo de en ese momento porque, a los cinco segundos de ser adjudicada a una compradora, se autodestruyó sin que nadie pudiera evitarlo pasando a convertirse en “Love is in the bin” (El amor está en la papelera).

«Love is in the bin» (El amor está en la papelera).


De un amor dejándose llevar por el viento, escapando probablemente** porque el cordel se rompió, pasó a caer en una papelera con el resto de desperdicios. ¿Existe alguna alegoría mejor a la canción de Rocío Jurado? A la de “se nos rompió el amor de tanto usarlo” no a la de “como una ola”, que de esa ya hablaremos otro día.

Recordamos otra antigua leyenda oriental. Otra que también tiene que ver con cordeles e hilos pero que no la suelta tu amiga cada vez que habla de un fracaso sentimental y que nos lleva a la obra siguiente, a la que está debajo de estas líneas. Una obra en la que Banksy nos enseña que si te agarras bien a un buen cordel, el amor te lleva. Sin entrar en si es el hilo rojo infinito o en si puedes o no ir acompañado. Simplemente, compra un buen cordel, agárralo y déjate llevar.

A mí, ya me perdonarán la osadía, me parece mucho más bonita esta obra que la otra por la que se pagó tanto dinero y se autodestruyó. En esta obra se ve cómo el amor nos eleva si nos agarramos bien de un buen cordel, pero también se ve que podemos escapar de cualquier sitio.
Y, sobre todo, que si vamos acompañados todo puede ser mucho mejor.

Rompa lo que rompa Banksy o Rocío Jurado.


Gracias por acompañarnos, no se suelten del hilo rojo invisible que nos une, por favor.

*(Según la R.A.E. Posiblemente: Probablemente, quizá.).
**(Según la R.A.E. Probablemente: De manera probable).

Vincent Van Gogh y el hilo adecuado.

Vincent Van Gogh encarna como nadie la figura del artista torturado e incomprendido. Se cuenta que en vida no llegó a vender más que una de sus obras. A pesar de ello, una vez muerto, y en nuestros días, es uno de los pintores más populares y cotizados de la historia de la pintura. Está considerado el mejor pintor holandés después de Rembrandt aunque murió en la pobreza y fue prácticamente un desconocido en vida. En ciertos aspectos hay quien piensa que de vivir ahora sería incluso peor al ver que su nombre es conocido por muchas personas más por el grupo musical que se refiere a su oreja que por sí mismo. Y si hablamos de Van Gogh y de hilos, nos tenemos que referir inevitablemente a eso, a su oreja.

O no, primero hablemos de los hilos que es lo que nos ha traído hasta aquí y por lo que estamos mencionando a Vincent. Hablemos de hilos pero adelantando un par de cuestiones:
1.- Vincent Van Gogh no se cortó la oreja por amor como se ha contado tantas veces hasta hacerlo casi verdad.
2.- Sin entrar en disquisiciones sobre la calidad o no de la música, “La oreja de Van Gogh” siempre tendrá a su favor haberse decidido por uno de los nombres más sugestivos y fascinantes de la música en castellano.

En ocasiones, como le pasaba a Van Gogh, no tomamos buenas decisiones y de esa elección vienen las consecuencias. Saber qué hilo escoger para realizar alguna tarea de costura es una parte VITAL e IMPRESCINDIBLE del asunto. Suponemos, como personas lectoras inteligentes de esta página, que entendéis que escoger un hilo muy tosco o grueso puede rasgar la tela y, en contraposición, elegir uno débil o muy fino hará que la costura salga mal y ni nos acerquemos al resultado deseado y esperado. Sabemos de vuestra perspicacia y comprendemos que no es necesario os digamos que cualquier tipo de asesoría al respecto la tenéis a vuestra disposición en Juan Pedro Mercería.

Pero empecemos a complicar el asunto, como si de la personalidad de Van Gogh se tratara:
¿Cómo identificar el tipo de hilo que necesitamos?
En primer lugar debemos de identificar el tipo de costura que vamos a realizar. No es lo mismo una costura funcional que una decorativa, que una simple.
En base a eso, no os costará diferenciar rápidamente entre hilos sencillos, de algodón o rayón, que son los que utilizaríamos para una costura simple, y los hilos especiales que necesitaríamos para costuras decorativas.


Os dejamos un pequeño truco que debéis tener en cuenta siempre, aunque si pasáis por la calle de la Soledad 10 A, en el Casco Antiguo de Badajoz, y nos preguntáis, no lo vais a necesitar porque la asesoría adecuada está garantizada:  
Cuando mayor sea el número del hilo, más fino será.


En próximas entregas os desgranaremos diferentes tipos de costura de las que quizás tengáis que ocuparos, cómo identificarlas y qué tipo de hilo sería el más adecuado. Pero hoy, que es lo que toca, nos ocupamos de hablar de la relación de Vincent Van Gogh y los hilos:
Olvidad de una vez eso de que se cortó la oreja por amor. Hay diversas teorías pero la más factible es que todo se produjera en una enajenada discusión con su amigo Paul Gauguin. ¿Recordáis la anterior entrega? ¿El tipo que tocaba el armonio en casa de Alphonse Mucha sin pantalones? Pues ese. Según indican todos los datos, en un diatriba entre ambos, Vincent acabó sacando una navaja para atacarlo. Cuando se calmó la pugna se sintió tan mal por haber intentado dañar a su amigo Paul que en un ataque de rabia se cortó el lóbulo de la oreja preso de la rabia y la desesperación.
Ese pedazo de oreja fue luego de un sitio a otro (no hablaremos hoy de su obsesión con una chica de vida alegre que fue la primera receptora) en lugar de haberla metido en hielo para conservarla y posteriormente, ya calmados, intentar coserla a su lugar original con un hilo adecuado. Aquel lóbulo quedó perdido en la noche de los tiempos hasta el punto de pensar que era más grande de lo que realmente era, y que fue seccionada en un acto romántico.
Y tan perdido se quedó que, si lo pensamos bien, el nombre del grupo musical baja un poco en la clasificación de mejor nombre de la música española y la preocupación por encontrar un hilo adecuado pasó al olvido.

Desde Juan Pedro Mercería abogamos fuertemente por la no utilización de nuestros hilos en operaciones quirúrgicas de urgencia y sí por la elección del hilo adecuado según nuestras necesidades menos médicas.

Ya sabéis dónde pasar a que os recomendemos cuál es el adecuado…