Jueves Santo desde la ventana.

Hoy es Jueves Santo. Asómate a la ventana. A ver qué hay…

Quizás haya alguna buena historia.

¿Qué hacemos aquí con el frío que hace?

No sé. Yo, la verdad, hace tiempo que no me planteo esas cosas.

Pues deberíamos pensarlo un poco, no está el día para estar fuera de casa.

Yo es que no consigo recordar si tengo casa o no.

¿Se puede saber por qué estáis discutiendo ahora? Estáis todos los días igual, se me quitan las ganas de echar el rato con vosotras, en serio.

Chica, si tan mal estás, ya sabes…

(Risas).

Ya, como que si pudiera moverme iba a estar yo aquí con vosotras.

Como si tuvieras mejores cosas que hacer.

Por lo menos no pasaría frío.

(Más risas).

¿Os habéis dado cuenta de que la gente cree que pasamos frío y nos han hecho estas bufandas tan chulas?

Mira, yo con el frío que hace, ni cuenta me doy ya de lo que estás diciendo.

Por lo menos tú estás sentada, no te quejes.

Como si pudiera hacerlo…

(Muchas más risas).

Yo, el año que viene, voy a desear con todas mis fuerzas que me hagan una bufanda celeste. Va mejor con mis ojos.

Y yo que te calles, va mejor con mi cabeza…

(Risas contenidas).

Se aleja la imagen abriendo el zoom.
Se pierden en la nieve.
Títulos de crédito.
Ninguna estatua de metal ha sido maltratada en la grabación de esta escena.
La lana de las bufandas que se les han colocado al cuello no les produce el menor malestar por ser muy suave.

Tampoco les quita el frío pero, esa ya, es otra historia…

#QuédateEnCasa

Tocar el huso de la rueca o pincharte de realidad.

Hace un par de días, andaba yo alternando por los bares, como suele ser habitual en mí, cuando, de repente, una amiga de las que me acompañaban se pinchó con el huso de una rueca y con ello tuvimos que dar por terminada la noche, y casi nuestra amistad.

La historia puede tener su gracia, así, contada con distancia. Pero hay varias cosas que no encajan, algo de lo que me he dado cuenta al contarlo por primera vez a otra amiga que no sabe ni lo que es un huso de una rueca, ni alternar por los bares, ni que yo la considero mi amiga.

Para empezar, no encaja que yo alterne por los bares. Simplemente me paseo por zonas del Casco Antiguo donde hay muchos porque estoy permanentemente pendiente de pasar a mirar, de cuando en cuando, el escaparate de Juan Pedro Mercería, buscando alguna novedad para contar historias al respecto.


En segundo lugar, eso de pincharse con el huso de una rueca en una noche de alterne por los bares, no cuadra de ninguna manera. Hay auténticas leyendas sobre noches locas de todo tipo por los establecimientos de fiesta de Badajoz, pero nunca nadie conoció alguna en la que interviniera una rueca. De los pinchazos podríamos hablar, pero no en esta historia. De noches locas tampoco lo haremos, recuerden que nuestro horario habitual es de lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 17:00 20:00, y los sábados de 10:00 a 14:00. Además, eso de tocar el huso de una rueca es más propio de La Bella Durmiente e historias de ese palo.

Pero lo más inquietante de la historia, aunque no se hayan dado cuenta, es que afirmo, sin ningún tipo de rubor, que tengo amigas…

Sin entrar en valorar la verosimilitud de la historia, y en si les interesa o no, o no es más que una excusa para contar una historia desde Juan Pedro Mercería, lo cierto es que me hizo rebuscar en mis amplios conocimientos sobre cosas que no interesan demasiado a nadie, y empecé a darle vueltas (como si fuera la rueda de una rueca) al tema de pincharse.

Una vez con las vacunas pertinentes en regla (en esta página otra cosa no, pero somos totalmente intransigentes con el tema de los antivacunas) me encontré con todo el tema de la rueca y empecé a tirar del hilo (anda que no está bien traída la alegoría…).

Cuentan que pueblos germánicos fueron los que desarrollaron las habilidades hilanderas desde hace siglos y que fueron los que llevaron ese arte a Roma con todos sus secretos. Así encontramos lógico que la palabra de origen germánico “rukko”, que es la se usaba para denominar a la rueca, fuera adaptada por el latín vulgar durante las invasiones bárbaras al Imperio Romano y pasara a ser “rucca” para que, en torno a 1400, pasara al español como “rueca”.

También cuentan y se cree que la rueca era un instrumento de origen indio, llamado en aquel entonces “torno de hilar”, y que fue desarrollado en la India alrededor de 500 años antes de Cristo para acabar entrando en Europa en la Edad Media.

Bandera pro independencia de la India de 1931 con una rueca como emblema central.

Cualquiera que lea con atención lo descrito en los párrafos anteriores podrá ver que algo no encaja. A menor nivel de lo de mi amiga pinchándose con el huso de una rueca en una noche de alterne conmigo por los bares del Casco Antiguo de Badajoz, pero no encaja.

El caso es que no les puedo explicar mejor las cosas. El tema de la rueca es algo de lo que llevamos tiempo queriendo hablar y contarles una bonita historia, pero desgraciadamente, no acabamos de conseguir darle la forma adecuada.
Quizás arrastre un poco el cansancio de alternar por los bares o que las vacunas me están haciendo reacción pero no me encuentro en mi mejor momento. Hay quien dice que, como no tengo amigas ni alterno por los bares, seguramente todo sea fruto de mi imaginación. Que el que me he pinchado soy yo, y que esta historia no va a ningún sitio porque me estoy quedando dormido mientras ordeno bobinas de hilo por tonalidad cromática en los almacenes de Juan Pedro Mercería.

Lo cierto es que tengo mucho sueño. Ya continuaremos en otra ocasión, disculpen ustedes…

Las madejas de lana, échate una rebequina que refresca y Alfred Hitchcock.

A Alfred Hitchcock le fascinaban las rubias. No hay más que hacer un repaso por todas sus películas para darse cuenta. Lo que no cuentan sus películas, ni ningún biógrafo, autorizado o no, es que era un apasionado por el punto. Sí, vivimos tiempos de revival, épocas en las que se ha puesto de moda volver a eso que tanto hacían nuestras abuelas. Coger un par de agujas y una madeja de lana y tejer. Tejer gorros, bufandas, suéters, o, como es el caso que nos ocupa, rebecas.

Alfredito era más de chaqueta que de rebequina…


No hay datos de que a Alfred Hitchcock, a la manera de los hipsters modernos, le diera por tener punto entre amigos para relajarse. No vamos a ser nosotros los que abramos ese melón. Lo que sí sabemos es que si Alfredito viviera y se sintiera con ganas de integrarse en la élite cultural y moderna del Casco Antiguo de Badajoz, sería un cliente habitual de Juan Pedro Mercería (tu mercería amiga y cada vez de más gente, porque todos necesitamos una) para renovar los colores de sus creaciones, sus agujas de punto, sus madejas de lana interminables…

Lo que nunca podremos negar a Alfredito es, que aparte de horas y horas de maravilloso suspense y mágico cine, nos dio algo de lo que sólo nos acordamos cuando refresca pero que siempre conviene tener a mano: una prenda de lana hecha a mano, abierta por delante y abotonada hasta el cuello. LA REBECA. Sí. Posiblemente fue, a diferencia de tantas otras cosas que hizo, inintencionadamente. Pero Alfredito, con su maravillosa película “Rebecca” dio, sin saberlo en ese momento, nombre a una prenda de vestir. Una prenda que lleva puesta casi toda la película la protagonista, Joan Fontaine, y que, casualmente daba nombre a un personaje del que se habla continuamente en la película, que es clave en la trama, pero que NUNCA LLEGA A APARECER.

Sí, amiguitas y amiguitos, el nombre que le damos a esa prenda de la que estamos hablando, surge de un personaje que no sale en una película que tiene ese nombre.

Pero, si la prenda ya existía, ¿cómo se llamaba antes de que apareciera “Rebecca” en 1940? Pues aquí nos vais a perdonar. Juan Pedro Mercería lleva toda la vida abierta en el Casco Antiguo de Badajoz pero ese “toda la vida” no implica 1940. Llámanos tiquismiquis. Sólo podemos apuntar al nombre anglosajón, que aún se usa, de cardigan. Y el cardigan nos lleva a un grupo musical sueco que tanto nos gustaba en los 90 y que creemos que debe haber desaparecido tras un cajón de madejas de lana o algo peor porque no sabemos de ellos hace bastante tiempo. Quizás tenga algo que ver con el Secreto de Manderley…

Y otro día, si el clima lo permite, os contaremos la historia de James Thomas Brudenell, séptimo conde de Cardigan, que dio nombre a la rebequina antes de que la llamáramos rebequina. Porque el séptimo conde de Cardigan tiene una gran historia detrás. ¿O no tiene una historia detrás alguien que dirigió la suicida Carga de los Cuatrocientos o Carga de la Brigada Ligera en la Guerra de Crimea y que ha pasado la historia por dar nombre a la prenda de lana tejida a mano que llevaba habitualmente puesta más que por su carrera militar?
Pero esa ya, amiguitas y amiguitos, es otra historia…